Había una vez una niña de rizos dorados y un océano de luz en los ojos, que soñaba con encontrar la suerte. Todas las mañanas, salía a caminar por las praderas verdes que rodeaban su hogar, en búsqueda de un fortuito trébol de cuatro hojas.
Un día, caminando sin rumbo con la mirada hacia abajo en su exploración cotidiana, la niña se encontró con una bruja. Sí, una bruja como en los cuentos de hadas que, como por arte de magia, le preguntó en secreto: “¿Quieres que lea la suerte en tus manos?”. La niña asintió con la cabeza y atenta a lo que le decía la bruja, el brillo en sus ojos comenzó a desaparecer. Nadie nunca supo qué le dijo. Ella, tampoco se atrevió a contarlo. Lo único seguro era que la suerte, no estaba en aquel presagio.
Los días pasaron y la niña continuó con su rutina. Sin embargo con el tiempo, su familia comenzó a notar algo diferente. Antes, el trébol era solo una excusa para salir de paseo. Pero después de aquel desafortunado encuentro, la búsqueda se había vuelto un tanto obsesiva. La niña, llena de angustia, estaba determinada a encontrar la suerte para prevenir el destino que la bruja le había anticipado.
Una mañana de tormenta, la niña tomó sus botas amarillas y salió, como todos los días, a buscar su trébol. No acostumbraba pasear los días de lluvia, pero dadas las circunstancias, no podía permitirse lo contrario. Su abuelo, se preocupó al verla salir y decidió acompañarla con un paraguas. De todos modos, era tal la desesperación en sus pasos que, inevitablemente, terminó mojada. “Regresemos a casa”, sugirió el abuelo. Y entonces los ojos de la niña se quebraron en lágrimas y desvaneciéndose en el suelo le explicó que debíaencontrar la suerte.
Luego de un largo y profundo llanto, el cielo comenzó a despejar y abrazada a su “nono”, la niña logró advertir, a tan solo unos pocos pasos, el más extraordinario trébol de cuatro hojas. “¡Abuelo! ¡Abuelo! Mira qué suerte he tenido”, exclamó la niña. “No has tenido suerte, querida, la has buscado incansablemente, y finalmente la has encontrado”, le respondió con sabiduría. Entonces la niña comprendió que la suerte definitivamente estaba en sus manos, aunque no escrita. Que las manos son más como una varita mágica y no tanto como una bola de cristal. Y lo que decidamos crearcon ellas, creerde ellas y a quienes elijamos abrazar conellas, será lo único capaz de determinar lo que muchos llamamos destino, o suerte.
Este año tan particular en Sarah Kosta, quisimos crear una línea en plata con manos que abrazan y nos recuerdan que tenemos el poder para crear el futuro que deseamos. Con corazones que empatizan con el prójimo, a quien tal vez el mismo 2020 lo haya llevado a un puerto menos amigable. Y con tréboles de cuatro hojas para recordar que la suerte no se encuentra, sino que está en nosotros.
Por Camila Galfione
Ver colección “Manos que abrazan”.
